El romanticismo de revivir una especie

La empresa Colossal Biosciences afirma estar a punto de recuperar una especie extinta. Se trata del tilacino, un marsupial cuyo último ejemplar murió en un zoológico en 1936.

Nuestra aportación a la extinción de especies es tremenda. Hay especies por esto cuya extinción nos produce una elevada congoja. Efectivamente a muchas personas les importa bien poco y piensan que eso es irrelevante , que hay muchas cosas más importantes de las que ocuparnos.

Al margen de las implicaciones científicas que tienen estos eventos y de los efectos medioambientales que producen la desaparición de especies, existe una parte romántica que para mí es la más importante de todas.

Cuando vemos alguna antigua filmación, fotografía o dibujo de los últimos ejemplares de esta especie, nos viene a muchos una congoja, un malestar. Es como si nos hubieran arrancado una vida querida.

El libre albedrío NO existe

Supongamos una mesa de billar con sus bolitas.

Imaginemos que dichas bolas son la Blanca, la Marrón, la Verde y la Azul.

Un jugador de villar diestro debe introducir la bola Azul en un agujero cualquiera, lo ha de hacer empujando con un palo la bola Blanca.

El jugador calcula la jugada. Ha de empujar la bola Blanca con un determinado efecto, y ha calculado que la mejor forma es haciendo que la bola Blanca golpee a la Verde, ésta a la Azul y esta última golpee de determinada manera a la Blanca para cumplir el objetivo.

Desde el momento en que el jugador golpea la bola Blanca ya todo está predeterminado. Todo lo que sucederá después está «escrito». pase lo que pase, las diferentes bolas no tienen libre albedrío, están condenadas a cumplir su función. En un tiro perfecto todo está previsto y es inevitable. Si no lo es también. haga lo que haga está predeterminado.

Y eso es el Universo. Y eso somos las insignificantes criaturas que lo habitamos.

En un, no infinito, en un determinado inmenso juego de billar, cada átomo, cada molécula, son bolas que ya tienen su destino escrito. Todo ello tras un número absurdamente grande de carambolas claro está. Pero no azarosas. Predeterminadas