Supongamos una mesa de billar con sus bolitas.
Imaginemos que dichas bolas son la Blanca, la Marrón, la Verde y la Azul.
Un jugador de villar diestro debe introducir la bola Azul en un agujero cualquiera, lo ha de hacer empujando con un palo la bola Blanca.
El jugador calcula la jugada. Ha de empujar la bola Blanca con un determinado efecto, y ha calculado que la mejor forma es haciendo que la bola Blanca golpee a la Verde, ésta a la Azul y esta última golpee de determinada manera a la Blanca para cumplir el objetivo.
Desde el momento en que el jugador golpea la bola Blanca ya todo está predeterminado. Todo lo que sucederá después está «escrito». pase lo que pase, las diferentes bolas no tienen libre albedrío, están condenadas a cumplir su función. En un tiro perfecto todo está previsto y es inevitable. Si no lo es también. haga lo que haga está predeterminado.
Y eso es el Universo. Y eso somos las insignificantes criaturas que lo habitamos.
En un, no infinito, en un determinado inmenso juego de billar, cada átomo, cada molécula, son bolas que ya tienen su destino escrito. Todo ello tras un número absurdamente grande de carambolas claro está. Pero no azarosas. Predeterminadas