Lloro

Ayer me pasé la tarde llorando. De forma profusa. Imparable. Sin tregua. Hacía unos veinte años que no lloraba de esa manera.

Entré en un callejón, en una vorágine, como una manta de desesperación, que me sumergió más y más y más. Llegó un momento que se me puso un nudo en la garganta. Eso sí me ha pasado en algunas ocasiones, como cuando murió atropellada mi joven sobrina.

En esta ocasión, la tercera en mi vida que recuerdo, en esta pasada tarde, sobrepasé ese umbral que frena las lágrimas, o por lo menos las lágrimas del estilo catarata. Efectivamente de nuevo el agua cobra relevancia y gana la partida. Agua mezclada con hormonas y humores internos. Y sale a borbotones, de forma explosiva.

¿Qué ocurrió?

En principio nada importante, pero para mí debió serlo y mucho. No sé que me ocurrió, que es lo que desencadenó esa avalancha de emociones.

Van saliendo y veo, no mucho, pero sí lo suficiente, lo ocurrido por las inundaciones de Valencia.

Al mismo tiempo tengo a mi cuidado el hámster de mi hija. Lo llevé al veterinario el lunes, han pasado tres días.

Me dijo la veterinaria que le pusiera un ungüento y le diera unas vitaminas y que volviera el jueves. El bicho no para de rascarse y tiene una zona del cuerpo sin piel. Dice la veterinaria que puede ser tiña o sarna, que vaya con cuidado. Yo no sé nada de todo eso. Ni siquiera sé si tengo que cuidarlo de esa manera y gastar dinero en veterinarios por ese asunto.

Pienso que se han perdido decenas de vidas en valencia, y que habrán sucumbido millones de animales. Perros, gatos, ratones, cerdos, vacas, gallinas.

Y yo con el ungüento del hámster de mi hija.

Y no sé qué hacer.

Y me entra una llorera impresionante. La situación me satura.

No obstante los animales cercanos son algo de nosotros. Hay mucha conexión entre animales y personas.

Los que dicen que hay quién llevamos por delante una vida de un animal a una vida humana son personas a los que les importa bien poco ninguna vida. Ni la humana ni la animal.

Solo les importa la suya propia.

Era una situación ridícula. Pero al mismo tiempo misteriosa y cargada de emoción.

Eso sí, al final notas una sensación de desahogo inapelable.

Capítulo 2

A nadie le piden permiso para nacer.

Nadie quiere aburrirse.

Mis recuerdos, aunque no sean conscientes, son de los primeros meses y años de vida. De pequeño, ya de recién nacido, me enviaban a ochocientos kilómetros, junto con mi abuela, mi tío y mi hermano a un pueblo de la Sierra de Gredos. De manera que eso, junto con los viajes en tren, se ha quedado grabado en la parte más profunda de mi cabeza, y, olores, sonidos, fuentes, río, casas, sabores, árboles, helechos, la cigüeña y el sonido de campanas de la iglesia están ahí, grabados en piedra. Fui ya de recién nacido y todos los veranos (largos veranos).

De los cinco a los doce años tengo un lapsus mental, no existe ese periodo, seguramente no lo pasé bien y está escondido, no quiero recordarlo. Entre los doce y los dieciocho es la época de los amigos y los descubrimientos, ahí viene otro periodo importante.

Vivir no solo es vivir, eso está incompleto. Vivir es vivir, más contarlo, dice Landero. Escribo esto pues a alguien he de contar todo esto. La soledad me mata. Estoy muerto y solo pensar en la posibilidad de que alguien lea este montón de párrafos, no solo me consuela, me revive.

Existen las maldiciones familiares. Maldiciones que se trasladan de padres a hijos y de una generación a otra.

Me diagnosticaron con TDAH (también TEA) ya de muy mayor, de adulto, muy adulto, pues eso no se diagnosticaba.

Me aburro y funciono por impulsos y así he pasado la vida, de trabajo en trabajo.