Los liberales, neoliberales, ultraliberales o libertarios abominan del estado. Según ellos el estado, de manera coercitiva, roba dinero a los ciudadanos.
Los liberales piensan que si no hay estado los mercados lo solucionan todo de forma espontánea.
Tienen además un discurso muy sencillo de entender, muy simple. Seguramente esta es la clave de su renovado éxito.
Aunque en los países europeos el estado ocupa casi la mitad del PIB, no es tan acaparador como parece.
El estado en dichas sociedades se encarga de la sanidad, las pensiones, la educación, las infraestructuras, la justicia y la seguridad. El mercado se encargaría, y ocuparía el mismo porcentaje del PIB si esos servicios se ofrecen de forma privada.
El resto de la economía es de libre mercado. Y esta es una de las causas por las que se entiende tan fácilmente la doctrina liberal, porque vivimos en sociedades de libre mercado. Si no fuera así, pongamos por caso si viviéramos como en el feudalismo o como en un país comunista de economía planificada, no entenderíamos que una cosa llamada mercado, de forma automática, regulara toda la economía.
Por ejemplo, la vivienda. Es difícil que el estado se encargue de este sector porque cada vivienda es diferente, ¿qué criterio sigues para repartir ese bien tan tremendamente variado, en forma, tamaño y localización? No sería equitativo ni justo.
En otro orden de cosas Milei y Trump y demás encantados de conocerse ( Meloni, Abascal, etc) son muy proteccionistas, y eso va en contra del liberalismo. Viven en una contradicción abducidos por los cantos de sirena del liberalismo extremo (o eso es lo que les parece).
Hasta los más acérrimos liberales de la escuela austriaca más cerril piensan que del medio ambiente, el que afecta al mundo y no al vecino solamente, se tendría que ocupar el estado, cobrando una especie de tasas en concepto de contaminación ambiental, como la expulsión de CO2. Lo que llaman internalizar las externalidades negativas. Aquí entonces lo podemos llamar Estado, es todo, o como queramos.