A nadie le piden permiso para nacer.
Nadie quiere aburrirse.
Mis recuerdos, aunque no sean conscientes, son de los primeros meses y años de vida. De pequeño, ya de recién nacido, me enviaban a ochocientos kilómetros, junto con mi abuela, mi tío y mi hermano a un pueblo de la Sierra de Gredos. De manera que eso, junto con los viajes en tren, se ha quedado grabado en la parte más profunda de mi cabeza, y, olores, sonidos, fuentes, río, casas, sabores, árboles, helechos, la cigüeña y el sonido de campanas de la iglesia están ahí, grabados en piedra. Fui ya de recién nacido y todos los veranos (largos veranos).
De los cinco a los doce años tengo un lapsus mental, no existe ese periodo, seguramente no lo pasé bien y está escondido, no quiero recordarlo. Entre los doce y los dieciocho es la época de los amigos y los descubrimientos, ahí viene otro periodo importante.
Vivir no solo es vivir, eso está incompleto. Vivir es vivir, más contarlo, dice Landero. Escribo esto pues a alguien he de contar todo esto. La soledad me mata. Estoy muerto y solo pensar en la posibilidad de que alguien lea este montón de párrafos, no solo me consuela, me revive.
Existen las maldiciones familiares. Maldiciones que se trasladan de padres a hijos y de una generación a otra.
Me diagnosticaron con TDAH (también TEA) ya de muy mayor, de adulto, muy adulto, pues eso no se diagnosticaba.
Me aburro y funciono por impulsos y así he pasado la vida, de trabajo en trabajo.