Esclavos de los algoritmos

La esclavitud ha sido durante casi toda la historia escrita y en todo lugar algo habitual y moralmente consentido, incluso por los pensadores griegos o por las mujeres.

En la Edad Media, una de las pocas cosas buenas que vinieron del catolicismo fue no poner facilidades a dichas prácticas. Existían los nobles feudales, con un modo de explotación más light en general (sin dejar de ser explotación abusiva), aunque ya sabemos que la esclavitud no desapareció nunca del todo.

Y seguimos en la explotación, con las nuevas formas de capitalismo, tanto el fordismo, como el modo austero (rebaja de costes como objetivo de las empresas), neoliberalismo, globalización, expansión cuantitativa (el actual crecer a base de endeudamiento) y el capitalismo de plataformas, todo ello conviviendo en una sopa que va modificándose sin que te des cuenta.

Un excedente de población cada vez más desesperado proporcionó un suministro de trabajadores mal pagados en un mundo con excedentes de capital y bajas tasas de interés.

El capitalismo ha encontrado una significativa materia prima en los últimos tiempos, los datos obtenidos de nuestros movimientos por internet y los dispositivos móviles. Somos materia prima y mano de obra esclava y barata.

Hasta hace pocos siglos o décadas incluso, la triste vida en la Tierra, en este mundo, se pretendía compensar con una vida eterna y sublime en la “otra vida”.

Intentamos dar sentido a nuestras vidas en parte haciendo eso que hacen los roedores, pues es lo que somos, atesorar (consumir). Potenciar la autoestima y la curiosidad más algunos vicios es lo queda en esos espacios sueltos de los que podemos disfrutar en nuestro escaso tiempo disponible.

Y seguimos con supercherías, dándole la espalda a la ciencia y siguiendo como fieles devotos la adoración a unos trapos de colores (llamados banderas) o negando los efectos que nuestra especie genera en forma de degradación de nuestros medios naturales de subsistencia (agua, aire y suelo).

Mientras tanto, los 2.000 millones de líneas de código de Google siguen succionando nuestra vida sin que nos demos cuenta.